La reserva de Junín: entre el paraíso y un proyecto minero

Extracto del perdiodico LA HORA:
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Murciélagos volando tranquilos, zarigüeyas, raposas, chicharras… La noche en su estado natural. En el día, el sonido de las aves marca el inicio de la jornada.

La reserva de Junín se erige como un ‘paraíso’ natural ubicado en Íntag, en la parte superior de la comunidad de Junín. El clima húmedo tropical difiere de gran parte de los territorios de Imbabura y enmarca una maraña de especies de flora y fauna nativa que impresiona.

Este es el lugar en el que la Empresa Nacional Minera (Enami), junto con la estatal chilena Codelco, hace una exploración avanzada para corroborar si existe material suficiente como para una posible actividad minera.

La travesía inicia muy temprano. Por delante esperan varias horas de caminata por senderos montañosos, ascensos y descensos, que llevan hasta el ‘corazón’ de la reserva, en el que se esconden ríos, cascadas y paisajes que parecerían sacados de la mejor de las pinturas impresionistas.

La lluvia lijera y el sonido de la naturaleza, del viento y de las aves, sobre todo, marcan el sendero. Los estrechos caminos son de tierra y en el mejor de los casos con una u otra piedra que sirve como apoyo. El clima hace que en ocasiones el camino presente alguna dificultad, pero eso se convierte en parte de la experiencia.

La primera hora de camino es a través de algunas fincas cercadas, que hacen el viaje más largo, pero entretenido.
Existe otra manera de subir: un camino de segundo orden por el que pueden transitar vehículos, que se está readecuando y que llega hasta el primer campamento.

Ambas rutas se topan después de poco más de una hora y media de recorrido. El lodo se hace presente. Las cuestas disminuyen.

En ese camino, aparece un pequeño letrero artesanal, hecho por los comuneros, que dice: “Reserva comunitaria Junín”. Ahí empieza todo. Algunos de los lugareños comentan que hasta hace pocas semanas tenían un letrero más grande que decía: “Ni un paso a la minería” y que no saben qué pasó con él.

Desde ese sector, el panorama varía. Los únicos testigos eran árboles y animales, pero, a partir de la ruta secundaria, uno que otro vehículo se aproxima con personal de las empresas mineras. También se observa la maquinaria con la que adecuan los caminos hasta el lugar de exploración.

El vaivén de chalecos tomates y cascos blancos también se ha convertido en parte de la cotidianidad y de a poco se va fusionando con la vegetación.

El primer campamento

Una cabaña, material para la exploración, personal de las empresas mineras y una vista privilegiada conforman el primer campamento. En este punto, también se encuentran aparcadas algunas mulas, sobre las cuales se acomoda el material que es utilizado en el proceso minero.

Junto a un arriero, que es el encargado de conducir a los animales por los senderos, recorren, en promedio, unas cuatro veces, el camino hasta la zona de exploración. Transportan combustible, tubos, mangueras…

El sendero sigue. Una larga bajada guía a los viajeros hasta el río Junín, una de las varias fuentes naturales de agua en el lugar. El agua es cristalina y recorre con un tranquilo caudal, que permite cruzarlo o al menos sentarse y disfrutar en sus orillas.

Daniel Andrade, jefe de Salubridad y Ambiente del Municipio de Cotacachi, junto a la Comisaria municipal, también recorren el sector. Ellos ingresaron por segunda ocasión hasta el lugar luego de que moradores de las comunidades denunciaran, según dijeron, “incumplimiento del plan de manejo ambiental”.

“Había también un tema de la presencia policial en la zona, impidiendo el paso de la gente a la reserva, que es territorio comunitario. (Aunque esto no se pudo comprobar en ese momento). Como no es nuestra competencia el tema del impacto ambiental, no podemos estar en ese asunto, pero tenemos varias ordenanzas en las que podemos intervenir”.

Desde el río Junín, a una hora y media más o menos, se encuentran dos cascadas: Velo de Novia y Escondida, que brindan un espectáculo natural.

La naturaleza de nuevo invita a seguir. Los caminos son más empinados y el clima y la lluvia dificultan el acceso. En el camino es más evidente la presencia del personal que labora para las empresas que exploran la zona. Ellos trabajaban removiendo la tierra para acomodar el camino y facilitar en algo el viaje.

Además, se observan con mayor frecuencia cintas amarillas y rojas amarradas a los árboles de la ruta. El amarillo es para los árboles que pueden ser talados y el rojo para los que no.

Según se conoció, el estudio de impacto ambiental estipularía que no se pueden talar árboles cuyo diámetro supere los 10 centímetros y, según Andrade, sí se estaría dando esta situación. “El estudio plantea que en ciertos puntos los senderos no se van a abrir más de un metro y medio. En la inspección que vimos hay algunos que están abiertos a tres metros. Asimismo, hay evidencia de que árboles de más de 18 centrímetros habían sido cortados.
Con un análisis más profundo y con un poco más de tiempo se podrán ir determinando muchas cosas”.

Los paisajes siguen asomando a un lado y al otro del camino hasta encontrar a cuatro mulas cargadas con material para retornar al primer campamento. Están esperando a su guía y continúan su paso. El sonido de una máquina trabajando desentona con el de la naturaleza y, enseguida, una cinta amarilla en la que se puede leer la palabra “peligro” detiene la marcha.

Proyecto minero y veeduría

El proyecto Llurimagua es una iniciativa minera que pretende determinar la posibilidad de extraer material en la zona. Para ello, en mayo del año anterior, la Enami ingresó acompañada de un contingente policial y desde ahí se han hecho los estudios, según informó en su momento el gerente del proyecto, Germánico Guilcapi.

Como primer paso, la empresa pública consiguió la aprobación del estudio de impacto ambiental, entregado en diciembre de 2014. Paso seguido, arrancó el proceso de exploración avanzada, según confirmó Guilcapi a La Hora en días anteriores. Según dijo, se inició con este proceso en los primeros días del mes en curso y tiene como objetivo determinar si en la zona existe el material necesario.

“Esperamos algunos meses para conseguir los permisos ambientales. Ahora, luego de casi exactamente un año de haber ingresado a la zona, empezamos con el primer fondaje, que es la primera perforación de unos 300 metros para explorar. Con esto buscamos muestras del subsuelo”, dijo Guilcapi.

Son alrededor de 4.839 hectáreas las que contempla el proyecto. La fase de exploración avanzada se delimita a unas 700, según Guilcapi. “Hay que dejar claro que no significa que vamos a explorar ni a cavar en las 700 hectáreas, sino que es un territorio delimitado y dentro de ese territorio se va a proceder a realizar algunas pruebas”.

Agregó que el área se escogió en función de los registros que ya existen, de cuando una empresa japonesa (Bishimetal) ingresó a la zona para llevar adelante esos estudios.

Parte del recorrido emprendido por La Hora tenía la intención de ver en qué consistía el proceso en cuestión.
Sin embargo, al llegar a la zona en que opera la Enami junto con Codelco la entrada fue prohibida.

El motivo: no se había gestionado con los responsables del proyecto para llevar a cabo la visita ni se contaba con los equipos de protección que son requeridos por seguridad, según informó el personal en el lugar.

Se presentó un salvoconducto emitido y firmado por el alcalde de Cotacachi, Jomar Cevallos. Sin embargo, la respuesta fue la misma: que se podía ingresar, siempre y cuando se coordinara la visita.

Mientras, un grupo de dirigentes de las comunidades llegó guiado por personal de la empresa minera ecuatoriana.
Ellos habían conformado una comisión de veedores para conocer de primera mano en qué consisten los trabajos y verificar que se cumpla con los procedimientos. La integran los representantes de las comunidades Charguayacu Alto, Junín, Charguayacu Bajo, La Magnolia, Villaflora, Limones, y dos delegados de la parroquia de Peñaherrera.

Carlos Yépez, presidente de la comunidad de Villaflora, se encontró con el personal del Municipio de Cotacachi y se refirió a la veeduría que están emprendiendo.

“Esta veeduría es solicitada por las comunidades aledañas al proyecto porque dicen que, si salen mal las cosas, serán afectadas. Yo comparto y creo que la empresa minera está tomando sus precauciones, pero la empresa es empresa y cuida sus beneficios. Mi inquietud es si ustedes venían a ver algún muestreo de la tierra o del agua. Iba a pedirles que se consigan tanto los resultados de la empresa y una de otro lado”, les dijo.

Al ser consultado sobre si había leído el estudio de impacto ambiental entregado por la empresa, respondió: “Casi no le he leído por falta de tiempo, pero en las charlas que se han recibido, incluso al hacer la inspección del monitoreo, sí nos han explicado un poco. Nosotros, como no estamos preparados (en términos técnicos) para esto, queremos que esta veeduría coincida con otra institución que esté a favor del medio ambiente. De quí vamos a tener otra veeduría para ver el material y ahí voy a pedir que se haga esta contraparte”.

Al final, los veedores deberán entregar un informe. “La empresa nos va a ayudar a hacer el informe porque nosotros no tenemos los recursos y por eso estoy preocupado, porque la empresa va a cuidar sus beneficios. Por eso queremos algo con qué comparar”, concluyó el dirigente.

Un vistazo al pasado

Durante la década de 1990, la empresa japonesa Bishimetals realizó 30 perforaciones en el bosque primario que corresponde hoy a la Reserva Comunitaria de Junín, la parte alta de la cuenca del río Junín.

En el recorrido por la reserva, La Hora visitó dos pozos mal cerrados que contaminan de manera permanente al río desde su fuente. Es decir, el agua recibe esta contaminación desde que la empresa se fue de la zona hace 20 años, según William Sacher, PhD en Ciencias de la atmósfera y océanos de la Universidad McGill (Canadá) y doctorante en Economía del Desarrollo de Flacso Ecuador, quien acompañó la travesía.

En un caso, simplemente el pozo no fue cerrado y brota un agua amarilla con un fuerte olor. Se puede ver de manera clara que el agua cae por una quebrada chica, que se junta con el río aguas abajo. La boca del hueco del pozo abandonado es aproximadamente de unos 50 centímetros.
El agua viene probablemente desde hasta varios cientos de metros de profundidad.

En el otro caso, el pozo había sido sellado, pero esto fue mal hecho y la presión del agua hizo que brotara permanentemente un agua amarilla-anaranjada en varios puntos en los alrededores inmediatos. El pozo se encuentra aguas arriba de la cascada de la Vela de la Novia, que luego se conecta con el río Junín.

Un contaminante es arsénico (ligeramente mayor a la concentración permitida por las normas de consumo humano), pero el molibdeno está en mayores proporciones (15 veces las normas de consumo humano). Estos resultados son los de las muestras tomadas y analizadas recientemente y coinciden con resultados obtenidos en un estudio anterior, realizado en 2010 por investigadoras de Stanford y Cornell, según informó el experto.